Cristián Labbé Galilea – Agencia ORBE, especial para ARAUCANIA,
RADIO TV DE LOS ÁNGELES
Complejos días vivimos. Tuvimos una elección que no nos
debiera dejar para nada contentos. Al escuchar a sectores del
gobierno como de la oposición, confirmamos una vez más algo
“típico chileno” en nuestras elecciones: nadie pierde, todos
ganan; “nos fue mejor de lo esperado” o “no nos fue tan mal
como decían”, pero lo cierto es que lo único que se perdió
fue… la esperanza de solucionar los problemas reales que nos
afectan.
Con un gobierno debilitado, literalmente “en el suelo”, sin
ninguna capacidad de gestión, inepto para administrar las
crisis que ha debido enfrentar, lleno de contradicciones y
volteretas, con desaciertos diplomáticos como los ocurridos
con la Meloni y con Milei, amén de las fundaciones y de la
corrupción generalizada, del caso Monsalve, de la denuncia
contra el Presidente por publicar imágenes intimas, además de
muchos otros etcéteras, la oposición no logró propinarle una
derrota política aplastante que sirviera de base para las
elecciones presidenciales y parlamentarias del 2025.
La oposición, por su parte, saca cuentas alegres: ganó 6
gobernaciones, RN terminó como el partido más grande, la UDI
sobrevivió a pesar que parecía muerta, Republicanos gano
muchos Concejeros, etc. Pero que la oposición perdió
“batallas importantes” como la RM y la V Región, que su
precandidata presidencial no fue un factor aglutinante como
se esperaba, y que la división estuvo siempre presente, eso
no lo puede ocultar; tampoco puede disimular que no le fue
tan bien como esperaba.
Imposible encubrir, en un análisis realista, que el
pronóstico para las elecciones del 25 no es muy alentador,
salvo que la oposición cambie su actitud: debe dejar la
ambigüedad política, las posturas y mensajes imprecisos,
vagos e inconsistentes… porque con ello sólo consigue
desconfianza, desilusión y frustración en el ciudadano común
que ve ausencia de un liderazgo claro y firme.
Lo contrario de la ambigüedad es, a juicio de esta pluma, la
claridad en el mensaje, el que debe ser directo, inequívoco,
coherente y comprensible, que dé cuenta que existe la
voluntad y el coraje para adoptar las decisiones que sean
necesarias a fin de hacer prevalecer ante todo, los valores
de la Libertad, el Orden, la Justicia, la Propiedad, el
Crecimiento y el Bienestar… “Un mensaje claro no necesita
interpretación, sólo exige acción”.
Por último, hay que decirlo con todas sus letras, -porque
“con la verdad no se miente”-: la esperanza de un futuro
mejor está a la vuelta de la esquina, solo falta claridad y
coraje. Debe sostenerse sin ambigüedades y en forma univoca
que lo que se necesita, entre otras medidas, es bajar los
impuestos, reducir el gasto, eliminar ministerios (v.g., de
la Mujer, de Las culturas, Instituto de DDHH), desvincular a
los miles de empleados que la izquierda ha metido a la
administración, privatizar las empresas estatales que sean
ineficientes, eliminar proyectos públicos inútiles… En pocas
palabras, la batalla hay que darla en los grandes temas. En
lo demás, al gobierno… ni sal ni agua.